En invierno también hay pólenes que pueden provocar alergias, un problema mayor en las grandes ciudades.
Fuente: 20minutos.e
En invierno también hay pólenes que pueden provocar alergias, un problema mayor en las grandes ciudades.
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Hay una mala noticia para las personas que son alérgicas al polen y es que estos granos microscópicos no solo van a darles la lata en primavera. Durante el invierno también hay pólenes de determinados árboles o plantas que pueden provocar alergias, aunque muchas veces los síntomas se confunden con catarros.
“Su periodo de polinización es amplio, abarca de noviembre a marzo, alcanzando los niveles más altos en enero y en febrero, que es cuando la mayoría de los pacientes presentan los síntomas. El problema es mayor en las ciudades, pues los agentes contaminantes procedentes de vehículos y de calefacciones aumentan la capacidad de los pólenes de producir síntomas de alergia”, precisa la doctora Ana Novalbos Wischer, alergóloga del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.
A su vez, esta especialista remarca que, aunque la polinización de las gramíneas se produce en un 80% entre los meses de mayo y junio, en Madrid por ejemplo se puede recoger a veces más de 10 granos/m³, ya desde mediados de enero durante los días soleados, siendo esta cantidad suficiente para provocar síntomas en los pacientes más sensibles.
Así, los síntomas principales son rinitis (estornudos, congestión nasal, moco líquido) y conjuntivitis (prurito y enrojecimiento conjuntival). También pueden causar asma. “Estos síntomas, por la época en la que se producen, con frecuencia pueden ser confundidos con los de un catarro invernal, aunque tienen mayor duración y oscilaciones a lo largo de las semanas. Muchos pacientes acuden a consulta después de semanas de padecer los síntomas y de haber realizado tratamientos para el catarro que no han resultado eficaces”, destaca
“Muchos pacientes acuden a consulta después de semanas de padecer los síntomas y de haber realizado tratamientos ineficaces para el catarro”
En concreto, cita que en invierno el polen más abundante es de los árboles de la familia de las cupresáceas, destacando el Cupressus Arizonica (ciprés arizónica) y el Cupressus Sempervirens (ciprés común), en la zona centro y que se encuentran con frecuencia en las viviendas, parques y jardines para formar setos y como árboles ornamentales; así como otras especies, como los enebros y las sabinas (género juníperus), que se encuentran ampliamente distribuidos en el área mediterránea.
Otros árboles que también polinizan en invierno son el avellano, el aliso y el fresno; pudiendo provocar este último síntomas por reacción cruzada en pacientes alérgicos al olivo.
En el caso del polen del avellano europeo, su polinización tiene lugar en el invierno, según prosigue la doctora Novalbos, y con flores femeninas que se desarrollan gradualmente entre los meses de junio y de agosto. “Se caracteriza por ser un polen de tamaño pequeño, por lo que puede transportarse a lo largo de grandes distancias de forma muy fácil si hubiera viento”, advierte.
Mientras, dice que el aliso (Alnus Glutinosa), ubicado generalmente en las riberas de los ríos, también se utiliza mucho en parques y en jardines. “Su polen, aunque no es muy alergénico, se detecta en la zona centro de enero a marzo, normalmente en pequeñas cantidades, con máximos a finales de enero. Su presencia es más importante en la zona norte y Extremadura”, precisa.
En el caso de la alergia al fresno (Fraxinus Excelsior), esta especialista en Alergología remarca que se trata de un árbol perteneciente a la familia de las oleáceas (Olivo) que poliniza en invierno; concretamente de diciembre a febrero.
“El potencial alergizante de este polen es alto y puede provocar síntomas de alergia en zonas donde este árbol abunda. Pensaremos en este polen cuando un paciente no alérgico a las cupresáceas, pero sí alérgico al olivo, tenga síntomas también en invierno. Otras oleáceas como aligustres o lilas, polinizan más adelante”, remarca la doctora.
Sobre la alergia al polen de sauce (Sálix) sostiene que este se encuentra en Madrid en baja cantidad durante los meses de febrero, marzo y abril, al mismo tiempo que la alergia al polen del chopo (Populus Nigra) es más frecuente desde finales de febrero y en el mes de marzo, donde tiene lugar su pico de polinización. “A pesar de su mala fama es un polen con baja capacidad alergénica. Es abundante en la zona centro donde se cultiva como árbol ornamental y de sombra en parques y carreteras”, agrega.
Otros pólenes que se pueden encontrar en invierno son también la artemisa, en concreto de los meses de octubre a diciembre, o bien el chenopodium (chenopodiaceae amaranthaceae), una planta muy resistente cuyos pólenes pueden encontrarse en cualquier época del año.
Aquí llama la atención sobre la creencia de que esa pelusa blanca que suelta el chopo e invade nuestras calles en primavera es polen: “No es polen sino un material llamado vilano, que envuelve a las semillas del chopo para facilitar su dispersión. No provoca alergia. Puede parecer que los síntomas de alergia coinciden con la explosión de esta pelusa, pero lo que ocurre es que su aparición coincide en mayo, con el momento de máxima polinización de otras plantas que si provocan alergia, como olivo y gramíneas”.
En última instancia, la doctora Novalbos señala que el diagnóstico se basará en una historia clínica compatible, junto con pruebas cutáneas (prick test) con los reactivos específicos, y se puede añadir un estudio en sangre para detectar la IgE específica.
“Las vacunas, en la actualidad, son muy eficaces, existiendo diversas formas de administración”
Por otro lado, recuerda que el tratamiento de los síntomas consiste en la toma de antihistamínicos orales, junto con la aplicación de colirios, o con el empleo de espráis nasales y de inhaladores, en el caso de que se haya desarrollado asma. En algunos casos, además, dice que se valorará la indicación de una vacuna específica, ya que, según defiende, es el único modo de modificar realmente el curso de la enfermedad.
“Las vacunas, en la actualidad, son muy eficaces, existiendo diversas formas de administración que permiten adaptar mejor el tratamiento a cada paciente. Este tratamiento durará entre 3 y 5 años. La mejoría se puede observar ya desde el primer año de tratamiento y puede llegar a alcanzar, al final del tratamiento, a un 80% de los pacientes”, apostilla la especialista del servicio de Alergología del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.
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